miércoles, 29 de junio de 2011
lunes, 23 de mayo de 2011
LA SANTA MARTA INVISIBLE DE LA COLONIA: Anotaciones sobre la presencia de la población negra en Santa Marta Por: Tony Alberto De la Cruz Restrepo
Abandoné mis lugares
marcando los sitios que dislocan el olvido.
Alejandro D Marinovich
La historiografía sobre la Santa Marta colonial, hasta la aparición de los estudios de la Escuela de Sevilla de Historia, mostró gran preocupación por conocer la presencia y la voz de aquellos individuos que tomaban las decisiones, bajo las cuales la ciudad tenía que vivir. En tal sentido documentó la entrada y la salida de los conquistadores, la perseverancia de los colonizadores, las calamidades provocadas por la piratería y otros aspectos de la ciudad relacionados con el poder y sus autoridades. De esta forma, a la ciudad le quedó faltando la voz y el rostro de la gente del común, en especial de los negros africanos y sus descendientes, quienes abrieron caminos, sembraron los campos, criaron el ganado o se desempeñaron como servidores domésticos; es decir, aquella gente que a decir de Vilhelm Moberg ; integraban las filas de los hombres y mujeres “invisibles” a los ojos de la historia, los cuales, paradójicamente, constituyeron la misma gente que ha hecho posible la historia “visible”.
En esta perspectiva, la historia colonial de Santa Marta ha sido escrita y repetida sólo a la presencia y el encuentro de dos culturas: la indígena y la española, mientras que la tercera cultura, la africana, no se resalta porque su historia ha sido escrita con tinta invisible. Sin embargo durante los últimos 20 años el interés por estudiar la población negra de la ciudad ha adquirido relevancia, a pesar que la tarea no es fácil porque la documentación al respecto es muy fragmentada y la temática ha sido soslayada por los historiadores. Con este preámbulo intentaré un acercamiento al conocimiento sobre la presencia de la población negra y sus descendientes en Santa Marta durante la Colonia, sin embargo muchos interrogantes quedarán pendientes y otros aspectos continuarán suspendidos.
Las primeras noticias
La presencia del negro en la Gobernación de Santa Marta, data desde los comienzos del siglo XVI como lo demuestran diversos documentos de la época. Por ejemplo se conoce que con Rodrigo de Bastidas en la fundación de la ciudad, llegaron unos cuantos negros en 1525; así mismo, se sabe que en la expedición de García de Lerma en 1530 figuraban algunos negros. También existen documentos donde afirman que Pedro Fernández de Lugo , en 1536 trajo a la Gobernación de Santa Marta 100 esclavos negros. De igual manera, está demostrado que el primer palenque en tierra firme del cual se tenga noticia, se conformó en los alrededores de Santa Marta, denominado como el palenque La Ramada , de donde salieron algunos negros esclavos e incendiaron la ciudad de Santa Marta en 1529.
Por otra parte, es bien conocido que Santa Marta durante sus primeros cien años no tuvo un carácter de asentamiento definitivo sino de plataforma para la entrada de los conquistadores hacia el río Magdalena y las rutas de penetración hacia el interior del país; sin embargo, una mirada a dichas expediciones deja al descubierto la introducción de esclavos negros por estos conquistadores. Al respecto el cronista Antonio Herrera registró la magnitud de la presencia negra en la ciudad hacia 1550 en los siguientes términos: “había tantos negros en la Gobernación de Santa Marta que se vivía con ellos tanto descuido y poco recato, en dejarlos usar armas, a las cuales son muy inclinados que con su natural soberbia determinan algunos pocos de mayor entendimiento, preciándose de valientes y galanes, de salir de la esclavitud (creyendo que a su placer podrían vivir entre los indios) y convocando a otros, como es gente bestial, sin otro discurso que acudir al llamamiento de aquellos de su color, a quien tienen estimación, respeto, obediencia y se juntaban”.
Del mismo modo, se conoce que cuando Pedro de Cárcamo fundó la población de Nueva Sevilla en 1592, en el actual territorio del municipio Zona Bananera del Magdalena, se propagó en la región el rumor de la existencia de abundante oro en el río del mismo nombre, por lo cual más de 500 negros traídos de Zaragoza y Riohacha fueron llevados a esa población, y en Santa Marta no quedó negra cocinera, ni lavandera que no fuese a gozar de su cosecha .
Y siguieron llegando
Esta presencia fue aumentando con el correr del siglo XVII, cuya estimación resulta extremadamente difícil puntualizar debido, entre otras razones, al desembarco de negros introducidos por contrabando mediante el soborno de las autoridades del puerto de Santa Marta. Una muestra de este comercio lo constituye la acusación que se le hizo a Luis Coronado en 1619 por permitir la llegada a Santa Marta de dos pequeños navíos sin licencia: uno de Guinea y otro de Angola, con 50 y 60 negros cada uno, y la comunicación de Juan de Orozco , tesorero de la ciudad, dirigida al Rey el 28 de agosto de 1631 informándole que a Santa Marta llegaron navíos cargados con 400 esclavos y solo declararon 100.
De los numerosos navíos de esclavos introducidos legalmente por el puerto de Santa Marta, vale destacar solo los que transportaron una cantidad de cierta consideración. De acuerdo con Vila Vilar en 1609 llegaron las embarcaciones conocidas como Nuestra Señora de la Concepción y San Martin, procedentes de Guinea con 37 y 46 esclavos respectivamente; en 1613 el navío San Benito procedente de Angola trajo 156 esclavos; en 1614 el navío San Antonio dejó 60 esclavos y en 1619 el navío Nuestra Señora de las Nieves vendió en Santa Marta 205 esclavos; en 1636 una nave sin registro dejó 80 esclavos procedentes de Guinea; en 1638 entraron 60 esclavos procedentes de Angola y en 1640 llegaron 88 negros de Angola y 41 de Guinea. De estas cifras se puede deducir que el número de esclavos introducidos por Santa Marta va mucho más allá de lo que suponíamos. Según la misma Vila Vilar, el número de esclavos introducido por Santa Marta que pagaron derecho de aduana entre 1609 y 1640 alcanza la cifra los 800 esclavos. Al respecto es preciso aclarar que Santa Marta no fue una sociedad esclavista, pues su economía no dependía del trabajo del esclavo.
Las rochelas y los palenques
La llegada de los africanos a la Gobernación de Santa Marta trajo consigo la reacción contra la esclavitud, y corrió pareja con los primeros desembarcos. Estas reacciones se pueden clasificar en dos grandes categorías: los arrochelados, confortados por los esclavos que huían, temporal, individual o colectivamente, en un intento por regular, mejorar o cambiar el trato que recibían dentro de la esclavitud, de las cuales podemos mencionar las de los ríos Don Diego y Palomino y la de Cuesta del Rosario, entre otros; y los palenques, constituidos por los esclavos que huían en una expresión de resistencia que se hizo efectiva cuando los esclavos fugitivos lograron conformar poblados fortificados en lugares agrestes para establecer colonias agrícolas independientes de los amos españoles. De estos últimos podemos destacar algunos que se formaron en las faldas de la Sierra Nevada: La Ramada (1529) y (1679), sin nombre (1630), sin nombre (1655), sin nombre (fecha desconocida), Santa Cruz de Masinga (1703), San Antonio de Guachaca (fecha desconocida). Don Diego (sin fecha conocida), Palomino (sin fecha conocida), Cuesta del Rosario (sin fecha conocida).
La actividad ofensiva de los negros cimarrones contra la ciudad estuvo materializada en acciones que fueron desde el incendio permanente de la ciudad hasta actuar en alianzas con los piratas, sirviéndoles de guías en el saqueo y la destrucción de la ciudad, estos acontecimientos obligaron a las autoridades a realizar varios acuerdos de paz con los palenques. Al respecto vale destacar la negociación que adelantó el Gobernador Alonso Varela con el palenque de San Antonio de Guachaca conformado por 62 negros. El negociador con los palenqueros fue el franciscano Fray Andrés de Pico, delegación que le hizo el gobernador debido a las buenas relaciones de este doctrinero con varios palenques de las faldas de la Sierra Nevada, entre ellos los de Masinga, Don Diego, Palomino y Cuesta del Rosario.
Los hechos están acreditados por el mismo Fray Andrés de Pico; he aquí un fragmento de su testimonio: “Habiendo salido de esta ciudad a la reducción de los negros de dicho palenque (de San Antonio de Guachaca en jurisdicción de Santa Marta), con el favor divino lo conseguí trayendo a ella tres negros y un zambo y entre ellos el negro Francisco Barranco Pérez, capitán y cabeza principal de los otros negros nombrados, Ambrosio de Ibarra, Pedro Becera y Alarcony Martin de Ibarra, zambo criollo de dicho palenque y más participantes de ellos, los cuales por sí y en nombre de los demás de su palenque dieron rendimiento a nuestro rey… fueron padrinos de dichos negros el capitán don Domingo Pérez Ruiz y el otro capitán don Juan Álvarez de Ibarra quienes autorizaron el festejo… lo referido mediante el favor divino he conseguido con sumo y grande trabajo y con riesgo de mi vida” . El gobernador por recomendación concedió la fundación de dicho pueblo mediante la Real Audiencia el año 1710.
Los invisibles siempre han sido visibles
Nada más oportuno para tener una idea de la afluencia de la población negra y sus descendientes en Santa Marta, es analizar la composición étnica de la población. Un análisis al censo de 1793 permiten establecer que los esclavos negros en la ciudad de Santa Marta eran en realidad un grupo minoritario, conformado por 591 esclavos que representaban el 16.4% de los habitantes. Pero los blancos tampoco eran cuantiosos, solo alcanzaban un número de 499 habitantes que representaban el 13.9% de los habitantes. En cambio, los libres de todos los colores, es decir, los afrodescendientes: mulatos, zambos y mestizos, si eran considerables, ya que alcanzaban 2.490 habitantes, equivalente a un 69.1%, los cuales sumados a los esclavos sumaban 3.081 habitantes que representaban el 85.5% del total de la población.
Este predominio de los afrodescendientes en la ciudad es destacado en los relatos de los viajeros que visitaron a Santa Marta. Carl Augusto Gosselman , por ejemplo, señala que “la población blanca de la ciudad era muy poca, en las calles se notaba más gente de piel negra y oscura”. En igual perspectiva se refiere Jhon Steuart al señalar que “en Santa Marta difícilmente una dieciseisava parte de la población 6% es de sangre blanca, una tercera 33% son criollos y mulatos, y el resto negros e indios”. La amplia mayoría de esta población afrodescendiente a finales del periodo colonial, tenían nombres españoles y un gran número de ellos apellidos hispano , lo cual es explicable por un efectivo proceso de aculturación desarrollado por las misiones religiosas católicas tuvieron en la ciudad.
Una exploración a la débil economía agrícola de Santa Marta en el período colonial permite corroborar que los esclavos en su gran mayoría eran urbanos y desempeñaban actividades como artesanos, tenderos, sirvientes domésticos, marinos, zapateros y sastres , entre otros. Mientras que los esclavos rurales cumplían diferentes actividades relacionadas con la agricultura y la ganadería en haciendas como Santa Cruz del Paraíso, San Pedro Alejandrino, San Antonio del Piñón, Cañafístole y Minca para solo destacar algunas. Por su parte los afrodescendientes accedían a una gama de oficios mucho más amplia entre ellos la milicia. Al respecto Jonn Steuart , al describir la composición del ejército, señala que este era “mayormente de negros e indios, con oficiales blancos”.
Los lugares de la memoria
A comienzos del siglo XIX Santa Marta estaba conformada por dos distritos parroquiales, el de la Catedral y el de San Miguel, conformados por manzanas que eran atravesadas por calles alargadas y callejones con un espacio principal denominado plaza mayor. Las residencias de la ciudad eran de tres tipos: casas altas, casas bajas y cuartos; el interior de cada uno de estos espacios habitacionales se subdividía comúnmente en “dichas” y “accesorias”, lo cual indicaba que había una residencia grande que correspondía a la familia principal y otra donde vivían los esclavos.
Entre los principales edificios de la ciudad que marcaban los poderes coloniales sobresalían la Catedral, la iglesia de San Miguel, el convento de los franciscanos, el de los dominicos y el de San Juan de Dios que servía como hospital, el seminario, dos cuarteles militares de infantería y artillería, la casa de gobierno, la aduana y el mercado público. Estos edificios señalaban los espacios para la interacción entre los diversos actores políticos, militares, religioso y económico.
Los espacios públicos, en especial la plaza mayor y sus calles contiguas eran espacios de encuentro donde la mirada, el gesto y la palabra, marcaban el reconocimiento del lugar social de cada quien; espacios en los cuales los descendientes de los africanos no sólo se reconocían frente a los otros, sino frente a ellos mismos y donde se desarrollaba una especie de epistemología loca que era el soporte de su memoria colectiva.
En las afueras de la ciudad existían dos barrios: Tumba Cuatro y la Caja de Agua, donde predominaban los “solares”, y donde “habitaban los libres de todos los colores”. Una aproximación sobre estos barrios nos la ofrece Valiente Ospino , en los siguientes términos: “En las afueras de la ciudad abundan los ranchos de muros levantados de bahareque y techos de paja, formaban un conjunto de aspecto rústico, común del mulato, mestizo y la gente pobre. Estas viviendas se conformaban a lo sumo de dos espacios que servían de sala y dormitorio. La cocina, lugar de mayor permanencia de la familia, se ubicaba afuera, hacia el patio, sin paredes y con un sencillo hornillo. Al lado tenían una puerta para el ingreso de los animales, leña, frutos y agua”.
Una deconstrucción necesaria
En el mortero de este mestizaje la ciudad estructuró el modo de ser de sus hombres, en la práctica de su cotidianidad, en el urdimbre de las pasiones, el conflictos, el juego, la fiesta y los la monotonía del tiempo conjurado al vaivén de las hamacas y donde la impronta del negro sobresale en las formas estéticas, la cocina, el folclor, la lingüística y el sentir festivo y mágico-religioso. Impronta ésta de los afrodescendientes que ha estado ausente en la historiografía sobre la Santa Marta colonial.
Por esta razón se hace necesario una deconstrucción del imaginario de la Santa Marta colonial elaborado por esa historiografía para poder avanzar en la comprensión de la ciudad como un todo, así como de las diferentes ciudades que ella integra y en esta dirección no se puede perder de vista el reclamo de Italo Calvino cuando advierte que “no se debe confundir nunca la ciudad con las palabras que la describen”.
marcando los sitios que dislocan el olvido.
Alejandro D Marinovich
La historiografía sobre la Santa Marta colonial, hasta la aparición de los estudios de la Escuela de Sevilla de Historia, mostró gran preocupación por conocer la presencia y la voz de aquellos individuos que tomaban las decisiones, bajo las cuales la ciudad tenía que vivir. En tal sentido documentó la entrada y la salida de los conquistadores, la perseverancia de los colonizadores, las calamidades provocadas por la piratería y otros aspectos de la ciudad relacionados con el poder y sus autoridades. De esta forma, a la ciudad le quedó faltando la voz y el rostro de la gente del común, en especial de los negros africanos y sus descendientes, quienes abrieron caminos, sembraron los campos, criaron el ganado o se desempeñaron como servidores domésticos; es decir, aquella gente que a decir de Vilhelm Moberg ; integraban las filas de los hombres y mujeres “invisibles” a los ojos de la historia, los cuales, paradójicamente, constituyeron la misma gente que ha hecho posible la historia “visible”.
En esta perspectiva, la historia colonial de Santa Marta ha sido escrita y repetida sólo a la presencia y el encuentro de dos culturas: la indígena y la española, mientras que la tercera cultura, la africana, no se resalta porque su historia ha sido escrita con tinta invisible. Sin embargo durante los últimos 20 años el interés por estudiar la población negra de la ciudad ha adquirido relevancia, a pesar que la tarea no es fácil porque la documentación al respecto es muy fragmentada y la temática ha sido soslayada por los historiadores. Con este preámbulo intentaré un acercamiento al conocimiento sobre la presencia de la población negra y sus descendientes en Santa Marta durante la Colonia, sin embargo muchos interrogantes quedarán pendientes y otros aspectos continuarán suspendidos.
Las primeras noticias
La presencia del negro en la Gobernación de Santa Marta, data desde los comienzos del siglo XVI como lo demuestran diversos documentos de la época. Por ejemplo se conoce que con Rodrigo de Bastidas en la fundación de la ciudad, llegaron unos cuantos negros en 1525; así mismo, se sabe que en la expedición de García de Lerma en 1530 figuraban algunos negros. También existen documentos donde afirman que Pedro Fernández de Lugo , en 1536 trajo a la Gobernación de Santa Marta 100 esclavos negros. De igual manera, está demostrado que el primer palenque en tierra firme del cual se tenga noticia, se conformó en los alrededores de Santa Marta, denominado como el palenque La Ramada , de donde salieron algunos negros esclavos e incendiaron la ciudad de Santa Marta en 1529.
Por otra parte, es bien conocido que Santa Marta durante sus primeros cien años no tuvo un carácter de asentamiento definitivo sino de plataforma para la entrada de los conquistadores hacia el río Magdalena y las rutas de penetración hacia el interior del país; sin embargo, una mirada a dichas expediciones deja al descubierto la introducción de esclavos negros por estos conquistadores. Al respecto el cronista Antonio Herrera registró la magnitud de la presencia negra en la ciudad hacia 1550 en los siguientes términos: “había tantos negros en la Gobernación de Santa Marta que se vivía con ellos tanto descuido y poco recato, en dejarlos usar armas, a las cuales son muy inclinados que con su natural soberbia determinan algunos pocos de mayor entendimiento, preciándose de valientes y galanes, de salir de la esclavitud (creyendo que a su placer podrían vivir entre los indios) y convocando a otros, como es gente bestial, sin otro discurso que acudir al llamamiento de aquellos de su color, a quien tienen estimación, respeto, obediencia y se juntaban”.
Del mismo modo, se conoce que cuando Pedro de Cárcamo fundó la población de Nueva Sevilla en 1592, en el actual territorio del municipio Zona Bananera del Magdalena, se propagó en la región el rumor de la existencia de abundante oro en el río del mismo nombre, por lo cual más de 500 negros traídos de Zaragoza y Riohacha fueron llevados a esa población, y en Santa Marta no quedó negra cocinera, ni lavandera que no fuese a gozar de su cosecha .
Y siguieron llegando
Esta presencia fue aumentando con el correr del siglo XVII, cuya estimación resulta extremadamente difícil puntualizar debido, entre otras razones, al desembarco de negros introducidos por contrabando mediante el soborno de las autoridades del puerto de Santa Marta. Una muestra de este comercio lo constituye la acusación que se le hizo a Luis Coronado en 1619 por permitir la llegada a Santa Marta de dos pequeños navíos sin licencia: uno de Guinea y otro de Angola, con 50 y 60 negros cada uno, y la comunicación de Juan de Orozco , tesorero de la ciudad, dirigida al Rey el 28 de agosto de 1631 informándole que a Santa Marta llegaron navíos cargados con 400 esclavos y solo declararon 100.
De los numerosos navíos de esclavos introducidos legalmente por el puerto de Santa Marta, vale destacar solo los que transportaron una cantidad de cierta consideración. De acuerdo con Vila Vilar en 1609 llegaron las embarcaciones conocidas como Nuestra Señora de la Concepción y San Martin, procedentes de Guinea con 37 y 46 esclavos respectivamente; en 1613 el navío San Benito procedente de Angola trajo 156 esclavos; en 1614 el navío San Antonio dejó 60 esclavos y en 1619 el navío Nuestra Señora de las Nieves vendió en Santa Marta 205 esclavos; en 1636 una nave sin registro dejó 80 esclavos procedentes de Guinea; en 1638 entraron 60 esclavos procedentes de Angola y en 1640 llegaron 88 negros de Angola y 41 de Guinea. De estas cifras se puede deducir que el número de esclavos introducidos por Santa Marta va mucho más allá de lo que suponíamos. Según la misma Vila Vilar, el número de esclavos introducido por Santa Marta que pagaron derecho de aduana entre 1609 y 1640 alcanza la cifra los 800 esclavos. Al respecto es preciso aclarar que Santa Marta no fue una sociedad esclavista, pues su economía no dependía del trabajo del esclavo.
Las rochelas y los palenques
La llegada de los africanos a la Gobernación de Santa Marta trajo consigo la reacción contra la esclavitud, y corrió pareja con los primeros desembarcos. Estas reacciones se pueden clasificar en dos grandes categorías: los arrochelados, confortados por los esclavos que huían, temporal, individual o colectivamente, en un intento por regular, mejorar o cambiar el trato que recibían dentro de la esclavitud, de las cuales podemos mencionar las de los ríos Don Diego y Palomino y la de Cuesta del Rosario, entre otros; y los palenques, constituidos por los esclavos que huían en una expresión de resistencia que se hizo efectiva cuando los esclavos fugitivos lograron conformar poblados fortificados en lugares agrestes para establecer colonias agrícolas independientes de los amos españoles. De estos últimos podemos destacar algunos que se formaron en las faldas de la Sierra Nevada: La Ramada (1529) y (1679), sin nombre (1630), sin nombre (1655), sin nombre (fecha desconocida), Santa Cruz de Masinga (1703), San Antonio de Guachaca (fecha desconocida). Don Diego (sin fecha conocida), Palomino (sin fecha conocida), Cuesta del Rosario (sin fecha conocida).
La actividad ofensiva de los negros cimarrones contra la ciudad estuvo materializada en acciones que fueron desde el incendio permanente de la ciudad hasta actuar en alianzas con los piratas, sirviéndoles de guías en el saqueo y la destrucción de la ciudad, estos acontecimientos obligaron a las autoridades a realizar varios acuerdos de paz con los palenques. Al respecto vale destacar la negociación que adelantó el Gobernador Alonso Varela con el palenque de San Antonio de Guachaca conformado por 62 negros. El negociador con los palenqueros fue el franciscano Fray Andrés de Pico, delegación que le hizo el gobernador debido a las buenas relaciones de este doctrinero con varios palenques de las faldas de la Sierra Nevada, entre ellos los de Masinga, Don Diego, Palomino y Cuesta del Rosario.
Los hechos están acreditados por el mismo Fray Andrés de Pico; he aquí un fragmento de su testimonio: “Habiendo salido de esta ciudad a la reducción de los negros de dicho palenque (de San Antonio de Guachaca en jurisdicción de Santa Marta), con el favor divino lo conseguí trayendo a ella tres negros y un zambo y entre ellos el negro Francisco Barranco Pérez, capitán y cabeza principal de los otros negros nombrados, Ambrosio de Ibarra, Pedro Becera y Alarcony Martin de Ibarra, zambo criollo de dicho palenque y más participantes de ellos, los cuales por sí y en nombre de los demás de su palenque dieron rendimiento a nuestro rey… fueron padrinos de dichos negros el capitán don Domingo Pérez Ruiz y el otro capitán don Juan Álvarez de Ibarra quienes autorizaron el festejo… lo referido mediante el favor divino he conseguido con sumo y grande trabajo y con riesgo de mi vida” . El gobernador por recomendación concedió la fundación de dicho pueblo mediante la Real Audiencia el año 1710.
Los invisibles siempre han sido visibles
Nada más oportuno para tener una idea de la afluencia de la población negra y sus descendientes en Santa Marta, es analizar la composición étnica de la población. Un análisis al censo de 1793 permiten establecer que los esclavos negros en la ciudad de Santa Marta eran en realidad un grupo minoritario, conformado por 591 esclavos que representaban el 16.4% de los habitantes. Pero los blancos tampoco eran cuantiosos, solo alcanzaban un número de 499 habitantes que representaban el 13.9% de los habitantes. En cambio, los libres de todos los colores, es decir, los afrodescendientes: mulatos, zambos y mestizos, si eran considerables, ya que alcanzaban 2.490 habitantes, equivalente a un 69.1%, los cuales sumados a los esclavos sumaban 3.081 habitantes que representaban el 85.5% del total de la población.
Este predominio de los afrodescendientes en la ciudad es destacado en los relatos de los viajeros que visitaron a Santa Marta. Carl Augusto Gosselman , por ejemplo, señala que “la población blanca de la ciudad era muy poca, en las calles se notaba más gente de piel negra y oscura”. En igual perspectiva se refiere Jhon Steuart al señalar que “en Santa Marta difícilmente una dieciseisava parte de la población 6% es de sangre blanca, una tercera 33% son criollos y mulatos, y el resto negros e indios”. La amplia mayoría de esta población afrodescendiente a finales del periodo colonial, tenían nombres españoles y un gran número de ellos apellidos hispano , lo cual es explicable por un efectivo proceso de aculturación desarrollado por las misiones religiosas católicas tuvieron en la ciudad.
Una exploración a la débil economía agrícola de Santa Marta en el período colonial permite corroborar que los esclavos en su gran mayoría eran urbanos y desempeñaban actividades como artesanos, tenderos, sirvientes domésticos, marinos, zapateros y sastres , entre otros. Mientras que los esclavos rurales cumplían diferentes actividades relacionadas con la agricultura y la ganadería en haciendas como Santa Cruz del Paraíso, San Pedro Alejandrino, San Antonio del Piñón, Cañafístole y Minca para solo destacar algunas. Por su parte los afrodescendientes accedían a una gama de oficios mucho más amplia entre ellos la milicia. Al respecto Jonn Steuart , al describir la composición del ejército, señala que este era “mayormente de negros e indios, con oficiales blancos”.
Los lugares de la memoria
A comienzos del siglo XIX Santa Marta estaba conformada por dos distritos parroquiales, el de la Catedral y el de San Miguel, conformados por manzanas que eran atravesadas por calles alargadas y callejones con un espacio principal denominado plaza mayor. Las residencias de la ciudad eran de tres tipos: casas altas, casas bajas y cuartos; el interior de cada uno de estos espacios habitacionales se subdividía comúnmente en “dichas” y “accesorias”, lo cual indicaba que había una residencia grande que correspondía a la familia principal y otra donde vivían los esclavos.
Entre los principales edificios de la ciudad que marcaban los poderes coloniales sobresalían la Catedral, la iglesia de San Miguel, el convento de los franciscanos, el de los dominicos y el de San Juan de Dios que servía como hospital, el seminario, dos cuarteles militares de infantería y artillería, la casa de gobierno, la aduana y el mercado público. Estos edificios señalaban los espacios para la interacción entre los diversos actores políticos, militares, religioso y económico.
Los espacios públicos, en especial la plaza mayor y sus calles contiguas eran espacios de encuentro donde la mirada, el gesto y la palabra, marcaban el reconocimiento del lugar social de cada quien; espacios en los cuales los descendientes de los africanos no sólo se reconocían frente a los otros, sino frente a ellos mismos y donde se desarrollaba una especie de epistemología loca que era el soporte de su memoria colectiva.
En las afueras de la ciudad existían dos barrios: Tumba Cuatro y la Caja de Agua, donde predominaban los “solares”, y donde “habitaban los libres de todos los colores”. Una aproximación sobre estos barrios nos la ofrece Valiente Ospino , en los siguientes términos: “En las afueras de la ciudad abundan los ranchos de muros levantados de bahareque y techos de paja, formaban un conjunto de aspecto rústico, común del mulato, mestizo y la gente pobre. Estas viviendas se conformaban a lo sumo de dos espacios que servían de sala y dormitorio. La cocina, lugar de mayor permanencia de la familia, se ubicaba afuera, hacia el patio, sin paredes y con un sencillo hornillo. Al lado tenían una puerta para el ingreso de los animales, leña, frutos y agua”.
Una deconstrucción necesaria
En el mortero de este mestizaje la ciudad estructuró el modo de ser de sus hombres, en la práctica de su cotidianidad, en el urdimbre de las pasiones, el conflictos, el juego, la fiesta y los la monotonía del tiempo conjurado al vaivén de las hamacas y donde la impronta del negro sobresale en las formas estéticas, la cocina, el folclor, la lingüística y el sentir festivo y mágico-religioso. Impronta ésta de los afrodescendientes que ha estado ausente en la historiografía sobre la Santa Marta colonial.
Por esta razón se hace necesario una deconstrucción del imaginario de la Santa Marta colonial elaborado por esa historiografía para poder avanzar en la comprensión de la ciudad como un todo, así como de las diferentes ciudades que ella integra y en esta dirección no se puede perder de vista el reclamo de Italo Calvino cuando advierte que “no se debe confundir nunca la ciudad con las palabras que la describen”.
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